

de Jorge. A medida que
uno a uno los botones
soltaban sus amarras
en la blusa, esta se
iba abriendo dejando
al descubierto la per-
fecta proporción de
ambas turgencias que
aparecían desafiantes
desde su desnudez,
y portentosamente
deseables desde esa
misma desnudez.
Cuando la prenda se
terminó de deslizar
por la espalda, ella,
aun semi recostada
sobre sus antebrazos,
le dijo con voz que al
petrificado Donoso le
pareció que se origi-
naba directamente en
su cerebro en lugar de
pasar por sus oídos:
- Acérquese para
que vea mejor la figura
en mi pecho y cómo
parece moverse.
El se acercó a la orilla
de la cama y se arro-
dilló para que su
cabeza quedase a
una altura adecuada.
Ella abrió un poco sus
piernas para permitirle
que se pudiese acer-
car.
Sobre su pecho,
flanqueada por unos
senos perfectos, había
una figura, una espe-
cie de alto relieve con
la forma de una cara
cuadrada con orejas
que tocaban, cada