

FEBRUARY 2016 -
SEXY GLAM
MAGAZINE -
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una, el inicio de las sensuales
colinas. A la altura de los pezones,
más oscuros que la ya oscura piel
y por ello más hipnóticos para
Jorge, se encontraban los ojos de
la cara bosquejada; un poco más
abajo y casi rozando el ombligo de
Itzanami, por el que se acababa de
deslizar una minúscula gotita de
humedad producto del calor de la
pequeña recámara, estaba la boca
del rostro cuadrado mostrando sus
dientes y sus colmillos esquemáti-
cos pero aterradores.
Con cada respiración de la mujer
la figura parecía mover sus ojos y
entreabrir y cerrar alternativamente
su boca.
Jorge, torpemente, dijo que esa
cara parecía seguirlo con los ojos
y querer decirle algo con cada
movimiento del torso.
Ella tomo la mano del hombre
y llevándola hacia el medio de
su pecho la apoyó sobre la piel
desnuda y caliente.
-
Puede tocarlo – dijo simple-
mente –
A medida que los dedos de Jorge
seguían temblorosos los contor-
nos de la figura grabada en el
pecho, un olor suave a almizcle
que se desprendía de la piel de la
morena comenzó a apoderarse de
los instintos de aquel cuarentón
solitario.
Sin saber a ciencia cierta ni cómo,
ni en qué momento, su mano se
había deslizado desde esa cara
extraña que parecía tener vida
con cada bocanada de aire que la
mujer tomaba, hasta adueñarse de
uno de los senos mientras su boca
bebía de la humedad de la boca
de ella.
No hubo resistencia ninguna por
parte de la mujer. Antes bien, con
sus piernas abrazó la cintura de
Jorge atrapándolo en una trampa
de amor que lo mantenía cada
vez más pegado a ella. También
tomó las manos del hombre por las
muñecas al tiempo que ella subía
las propias y estiraba totalmente
los brazos de ambos sobre la
cama juntando las manos muy por
encima de su cabeza.
La respiración de ella se hizo más
rápida y jadeante. Jorge sentía
cómo el suave aroma de la piel se
iba transformando, poco a poco,
en algo más salvaje y reconocido
en algún recuerdo inmediato en el
tiempo. Era un olor que se ase-
mejaba cada vez más al humo del
incienso.
Todo estaba ocurriendo dema-
siado aprisa. Los besos, el frenesí
de la pelvis de ella que como una
serpiente se ondulaba bailando
arcaicos rituales aprendidos en la
noche de las eras, y los susurros
que presa del desenfreno él no
lograba entender.
Si Jorge hubiese podido ver el pe-
cho y parte del vientre sudoroso de
aquella diosa esculpida en canela
que lo retenía con sus piernas y
movimientos; si hubiese podido ob-
servar que por la posición elevada
de los brazos de ella la cara dibu-
jada parecía tener los ojos más
abiertos y amenazantes al igual
que su boca; si la obnubilación por
el cuerpo medio desnudo de la
mujer no lo hubiese distraído tanto
como para no reconocer en ese
rostro la representación del Mons-
truo de la Tierra de la mitología
Maya; si hubiese observado cómo
los juegos ondulantes de la pelvis
que se pegaba más y más a la
suya y los jadeos cortos movían la
boca de esa cara grabada con la
voracidad del hambre de siglos…
es posible que se hubiese salvado.
Para cuando pudo darse cuenta
que los susurros provenían del
estómago de la mujer y no de su
garganta, ya era demasiado tarde.
Un par de piernas y unas manos
mantenían inmóviles sus piernas y
sus manos, unos labios carnosos
y calientes impedían el grito y se
robaban el último aliento de sus
pulmones, y una boca antigua que
había cobrado vida en el vientre de
la mujer lo devoraba inexorable-
mente.
Cuando todo acabó, y antes de
levantarse de la cama, Itzanami
dijo suavemente:
-
No se debe preguntar
por espíritus que no se quieren
conocer, o voces que no se
quieren oír.
El viejo Rey Maya había vuelto
desde su tumba a derramar la
sangre del sacrificio de un esclavo
moderno para calmar a los dioses.
Itzanami, que en la lengua de ese
Rey significa “novia de un brujo”
le había servido tan bien, nueva-
mente, como antaño.
Era 21 de diciembre de 2012, el
solsticio de invierno en Chiapas;
un arcano calendario Maya llegaba
a su fin y sin que el mundo pud-
iese darse cuenta hasta muchos
años después, una nueva era muy
distinta acababa de comenzar.