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FEBRUARY 2016 -

SEXY GLAM

MAGAZINE -

45

una, el inicio de las sensuales

colinas. A la altura de los pezones,

más oscuros que la ya oscura piel

y por ello más hipnóticos para

Jorge, se encontraban los ojos de

la cara bosquejada; un poco más

abajo y casi rozando el ombligo de

Itzanami, por el que se acababa de

deslizar una minúscula gotita de

humedad producto del calor de la

pequeña recámara, estaba la boca

del rostro cuadrado mostrando sus

dientes y sus colmillos esquemáti-

cos pero aterradores.

Con cada respiración de la mujer

la figura parecía mover sus ojos y

entreabrir y cerrar alternativamente

su boca.

Jorge, torpemente, dijo que esa

cara parecía seguirlo con los ojos

y querer decirle algo con cada

movimiento del torso.

Ella tomo la mano del hombre

y llevándola hacia el medio de

su pecho la apoyó sobre la piel

desnuda y caliente.

-

Puede tocarlo – dijo simple-

mente –

A medida que los dedos de Jorge

seguían temblorosos los contor-

nos de la figura grabada en el

pecho, un olor suave a almizcle

que se desprendía de la piel de la

morena comenzó a apoderarse de

los instintos de aquel cuarentón

solitario.

Sin saber a ciencia cierta ni cómo,

ni en qué momento, su mano se

había deslizado desde esa cara

extraña que parecía tener vida

con cada bocanada de aire que la

mujer tomaba, hasta adueñarse de

uno de los senos mientras su boca

bebía de la humedad de la boca

de ella.

No hubo resistencia ninguna por

parte de la mujer. Antes bien, con

sus piernas abrazó la cintura de

Jorge atrapándolo en una trampa

de amor que lo mantenía cada

vez más pegado a ella. También

tomó las manos del hombre por las

muñecas al tiempo que ella subía

las propias y estiraba totalmente

los brazos de ambos sobre la

cama juntando las manos muy por

encima de su cabeza.

La respiración de ella se hizo más

rápida y jadeante. Jorge sentía

cómo el suave aroma de la piel se

iba transformando, poco a poco,

en algo más salvaje y reconocido

en algún recuerdo inmediato en el

tiempo. Era un olor que se ase-

mejaba cada vez más al humo del

incienso.

Todo estaba ocurriendo dema-

siado aprisa. Los besos, el frenesí

de la pelvis de ella que como una

serpiente se ondulaba bailando

arcaicos rituales aprendidos en la

noche de las eras, y los susurros

que presa del desenfreno él no

lograba entender.

Si Jorge hubiese podido ver el pe-

cho y parte del vientre sudoroso de

aquella diosa esculpida en canela

que lo retenía con sus piernas y

movimientos; si hubiese podido ob-

servar que por la posición elevada

de los brazos de ella la cara dibu-

jada parecía tener los ojos más

abiertos y amenazantes al igual

que su boca; si la obnubilación por

el cuerpo medio desnudo de la

mujer no lo hubiese distraído tanto

como para no reconocer en ese

rostro la representación del Mons-

truo de la Tierra de la mitología

Maya; si hubiese observado cómo

los juegos ondulantes de la pelvis

que se pegaba más y más a la

suya y los jadeos cortos movían la

boca de esa cara grabada con la

voracidad del hambre de siglos…

es posible que se hubiese salvado.

Para cuando pudo darse cuenta

que los susurros provenían del

estómago de la mujer y no de su

garganta, ya era demasiado tarde.

Un par de piernas y unas manos

mantenían inmóviles sus piernas y

sus manos, unos labios carnosos

y calientes impedían el grito y se

robaban el último aliento de sus

pulmones, y una boca antigua que

había cobrado vida en el vientre de

la mujer lo devoraba inexorable-

mente.

Cuando todo acabó, y antes de

levantarse de la cama, Itzanami

dijo suavemente:

-

No se debe preguntar

por espíritus que no se quieren

conocer, o voces que no se

quieren oír.

El viejo Rey Maya había vuelto

desde su tumba a derramar la

sangre del sacrificio de un esclavo

moderno para calmar a los dioses.

Itzanami, que en la lengua de ese

Rey significa “novia de un brujo”

le había servido tan bien, nueva-

mente, como antaño.

Era 21 de diciembre de 2012, el

solsticio de invierno en Chiapas;

un arcano calendario Maya llegaba

a su fin y sin que el mundo pud-

iese darse cuenta hasta muchos

años después, una nueva era muy

distinta acababa de comenzar.