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NOVEMBER 2016 -

SEXY GLAM

MAGAZINE -

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mejor momento para la vendimia en base a los resultados de

madurez fenólica de las uvas, y así extraer la cantidad óptima

de taninos durante la vinificación.

Oscar veía pasar los años y también cómo la ingeniería

en los procesos dejaba atrás su experticia empírica. Sin

embargo había algo que ni el mejor laboratorio, ni la más

encumbrada universidad, ni las computadoras más potentes

podrían suplantar jamás. Oscar sentía el latir de la tierra de

su finca junto a su propio latir, él había logrado una empatía

tan íntima con cada planta de vid que percibía la savia que

serpenteaba vital debajo de las cortezas, como si fuese su

misma sangre.

El agua con que regaba las viñas era como su propio es-

perma, que se internaba refrescante en la cuna mineral y,

licuando los nutrientes, ascendía vivificante por las raíces.

Se dio cuenta un día, cuando sesenta y cinco alma-

naques habían sido deshojados en su vida, que él

amaba esas vides con un amor esponsal, sentía

que cada vendimia no era sino una hija que las

plantas le regalaban fruto de un año de amor

mutuo.

Cuidó durante casi toda su vida cada cepa,

cada rama, cada brote. Las refrescó con agua

fresca por las acequias de riego cuando el

calor del verano abochornaba las hojas, las

abrigó con calentadores en invierno cuando

las heladas amenazaban lacerarlas, las curó

con medicamentos, las acicaló para librar-

las de la hierba mala, y muchas veces sin

darse cuenta les cantó cuando tarareaba

una canción en medio de la faena.

Ese día decidió que nunca se iría de

esa tierra, quería permanecer cerca

para siempre de su amada esposa

vegetal multiplicada en miles, y de

sus dos hijos que habían comenzado,

como lo hizo él mismo con su padre

hacía tiempo, a tomar las riendas de la

finca y la bodega.

Los vinos había adquirido verdadera fama

más allá de las fronteras nacionales y no le

eran ajenos los mercados mas exigentes del

mundo. También los certámenes internacion-

ales contaban desde hacía mucho tiempo con

su presencia casi permanente, pero la máxima

distinción aún le seguía siendo esquiva.

La robustez y el cuerpo se habían transfor-

mado en el talón de Aquiles de los vinos que su

bodega producía. Lo habían intentado todo.

Modificaron las propor-

ciones de las diversas uvas

que

integraban en los vinos de

corte; con distintos

métodos alteraron la acidez de la tierra de cultivo; y con-

trolaron el agua de regadío para ubicarla en la cantidad exacta

hasta en la más mínima gota, para así lograr una mayor

evaporación de la humedad de cada grano de uva aumen-

tando los azúcares propios aun cuando la temperatura de ese

verano no fuese la más cálida.

El sueño de Oscar de honrar el esfuerzo de su padre con una

medalla de oro, obtenida en el certamen de Inglaterra, parecía

extinguirse al tiempo que también se iba extinguiendo su vida.

A los ochenta y dos años de edad Oscar sintió que su tiempo

de ver nuevamente retoñar las viñas estaba llegando a su final.

Dejó de preocuparse por las medallas y los concursos, tam-

poco pensó en los vinos que maduraban en las vasijas de roble

que estaban dentro de la bodega. Sólo una cosa ocupaba su

mente: quería estar para siempre en ese suelo.

Con su abogado arregló toda la documentación necesaria y ob-

tuvo el permiso gubernamental indispensable que le granjeaba

descansar postreramente en su tierra.

A pesar del enojo de sus hijos, hizo que unos obreros prepara-

sen un terreno casi al comienzo de la finca, junto al canal de

riego principal, para que lo enterrasen allí cuando él muriese.

El invierno llegó y trajo con sus bajas temperaturas también

los dedos fríos de las Parcas, que se llevaron el calor del

corazón viejo que dejó de latir.

Oscar fue bajado en su caja de madera a un hueco en el mismo

suelo que él, muchos años atrás, horadó con su padre para

sembrar.

El agua del canal de riego se filtró por la tierra y por la madera

besando el cuerpo del anciano que amaba sus vides, y ar-

rastrando cada partícula suya nutrió con ellas las raíces de su

esposa única y millar, y su sangre y su cuerpo en comunión

pagana se hicieron uno con la savia que alimentó las uvas.

Debió pasar un año más para que el néctar colectado de esas

uvas, alimentadas por primera vez por el matrimonio eterno

de aquel viejo agricultor y sus vides amadas, fermentara y se

transformase en vino y para que, por fin, en el International

Wine Challenge de Inglaterra, un vino salido de aquellas viñas

fuese consagrado con la medalla de oro.

Sus hijos llamaron a ese vino “Espíritu de Oscar”, y según

los jueces en su dictamen poseía las mejores condiciones de

sabor, color, y aroma, pero por sobre todas las cosas, las más

fina robustez y el más noble cuerpo.