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SEXY GLAM

MAGAZINE - DECEMBER 2016

J

ohn había llegado a Manhattan en tren desde su

casa en Long Island y comió su desayuno en el restaurante

que se ubica enfrente de Penn Station, sobre la Séptima Ave-

nida y calle 34.

La Gran Manzana sufría uno de sus peores inviernos. El

viento del norte que se colaba entre los edificios, hacia de

las calles y avenidas verdaderos ventisqueros donde los

transeúntes sentían sus rostros entumecerse por el frío.

John no estaba dispuesto a sufrir los embates del clima. La

línea E del Metro lo dejaría muy cerca de una de las entradas

de las galerías subterráneas del Rockefeller Center y desde allí

caminaría hasta su lugar de trabajo en el Edificio Warner.

Era un laberinto de túneles que serpenteaban debajo de las

calles y que él conocía muy bien por haberlos caminado

infinidad de veces. Esa red peatonal oculta podía trasladar a

una persona desde la calle 47 hasta la calle 53 en un sentido,

y desde la Quinta Avenida hasta la Séptima Avenida en el otro

sentido.

Cuando John bajaba las escaleras de la bien calefaccionada

estación del Metro en dirección al tren estacionado, notó que

De olvidos y otros temas

Un cuento de Daniel Walter Lencinas

los colores ocres, tostados, y amarillos oscuros de muchas

vestimentas de la gente que se movía a lo largo de los an-

denes, y que son propios del invierno, hacía que pareciesen

hojas secas en medio de una corriente de agua, circulando

todas en una misma dirección, quedándose detenidas algunas

en una orilla de ese arroyo urbano, y superponiéndose unas

con otras cuando algún amante cariñoso rodeaba con su brazo

la cintura de su amada mientras caminaban juntos.

Se sorprendió de la figura mental que acababa de construir y

pensó que, aunque él nunca había escrito poesía, si era capaz

de elaborar esa metáfora de hojas y personas, seguramente era

capaz de escribir un poema.

Un mensaje de su jefe en su

teléfono celular recordán-

dole la reunión de Encarga-

dos de Áreas de los viernes

al mediodía lo distrajo, y dos

segundos después de leer el

texto ya había olvidado su

compromiso poético.

El viaje hasta su trabajo no

era demasiado largo desde

la estación que se ubicaba

debajo del Madison Square

Garden.

Una muchacha que viajaba

sentada frente a él, en el tren

subterráneo, comía una ham-

burguesa que asomaba desde

el interior de una pequeña

caja de cartón impresa con

el logotipo de un restaurante

de comida rápida.

Sólo en Manhattan hay alrededor de una veintena de distin-

tas cadenas de negocios de lo que muchos llaman comida

chatarra, donde la gente se alimenta a toda hora con hambur-

guesas, tacos, enchiladas, perros calientes, alitas de pollo,

y los infaltables desayunos con huevos, café, mermelada,

mantequilla, una especie de hamburguesa pequeña que todo

el mundo insiste en que no es una hamburguesa, zumo de

naranjas, panqueques con miel, algo parecido a una diminuta

porción de papa majada rebosada y frita, pan, y en algunos

casos un poco de ensalada de frutas.

John creía que nadie en su sano juicio debería mezclar seme-

jante cantidad de cosas disímiles, sin embargo esa mañana,