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DECEMBER 2016 -

SEXY GLAM

MAGAZINE -

61

gris – pero le aseguro que no tiene usted por qué enojarse.

Sólo lo estoy invitando a que vea esa sección.

El hombre apoyó una mano sobre el hombro de John, y ex-

tendió la otra en un gesto educado que le invitaba a caminar

por el pasillo de la izquierda.

John inició la caminata seguido por el hombre de gris. Mien-

tras caminaba comenzó

a pensar en una enorme

cantidad de fotos apila-

das en ciclópeas estan-

terías, con rostros de

millones de personas que

la gente había olvidado;

o quizá se trataba de

grotescos libros, cual di-

rectorios telefónicos don-

de estarían los nombres

de los olvidados; pero

si el progreso había lle-

gado a este depósito bien

podía ser simplemente

un computador, con una

base de datos gigantesca

donde estuviesen alma-

cenados tanto el nombre,

como la imagen, y hasta

algún registro de voz de

los olvidados.

La idea de la base de

datos lo distrajo por

algunos segundos mien-

tras trataba de calcular,

mentalmente, un número

tentativo de personas

olvidadas y en función de

ello, el tamaño de la base

de datos requerida para

almacenar esa infor-

mación, la arquitectura

de la misma, y el tipo de

servidor informático que

se requeriría para que el

acceso a ella fuese sufi-

cientemente veloz.

Se imaginó, también, un

sistema redundante que

duplicase, o triplicase,

el guardado de la infor-

mación para no correr

riesgos de pérdidas por

desperfectos en los elementos usados para su almacenamiento.

Tan absorto estaba en sus cálculos que olvidó, por unos in-

stantes, al hombre que lo seguía detrás.

Cayó en cuenta cuando se percató que sólo sus pasos se oían

en el pasillo. Giró para mirar hacia atrás pero su ocasional

acompañante había desaparecido.

Estaba a punto de salir corriendo cuando la voz del hombre

lo llamó desde el fondo del pasillo hacia donde él se dirigía.

La sangre se le heló en sus venas. ¿En qué momento se le

adelantó que no lo vio?

Por un instante sus pies parecían clavados al suelo incapaces

de dar un sólo paso. Como pudo, y con las rodillas flojas por

el miedo, comenzó a caminar en dirección a la voz que lo

llamaba.

Al final del pasillo uno nuevo se extendía hacia izquierda y

derecha, formando una enorme “T”.

El hombre de gris lo volvió a llamar desde el pasillo de la

izquierda, cuando John giró su cabeza, ante él se extendía una

inconcebible cantidad de lo que parecían maniquíes vestidos

y cubiertos por un grueso polvo que denotaba largo tiempo de

almacenamiento; cada uno de ellos estaba sentado sobre sil-

lones individuales iguales de mugrientos.

El hombre lo esperaba sentado en un sillón que, evidente-

mente, acababa de limpiar ya que se veía pulcro y razonable-

mente nuevo.

John tenía las manos mojadas del sudor frio que produce el

miedo, pero no quería hacer el ridículo papel de un hombre

adulto corriendo asustado por algo que, simplemente, no

entendía.

-

Muy bien, ya vi el sector que quería – dijo mirando al

hombre sentado frente a él – y como le dije antes se me ha he-

cho muy tarde y una reunión con mi jefe me espera. No quiero

que se moleste en acompañarme, yo encontraré la salida. En

cualquier momento nos veremos nuevamente. Adiós.

Le sonrió amablemente a quien, a esta altura, estaba seguro

era el encargado del lugar y se dispuso a irse, pero sus pies no

se movieron.

Desde el sillón el hombre le habló:

-

Lamento que se haya olvidado de mí mientras cam-

inaba hacia aquí, hace unos momentos, ya que me ha obligado

a sentarme en este lugar. Le sugiero que deje de preocuparse

de su reunión, como le dije este es el depósito de las cosas

olvidadas, y desde el mismo momento en que usted cruzó esa

puerta todos lo olvidaron. Nadie lo espera en ninguna reunión.

Nadie lo recuerda, ni lo volverán a recordar jamás. El sillón

que está a mi lado es el suyo. Será una buena compañía para

charlar mientras no olvide cómo hablar. Por favor… siéntese.