

DECEMBER 2016 -
SEXY GLAM
MAGAZINE -
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gris – pero le aseguro que no tiene usted por qué enojarse.
Sólo lo estoy invitando a que vea esa sección.
El hombre apoyó una mano sobre el hombro de John, y ex-
tendió la otra en un gesto educado que le invitaba a caminar
por el pasillo de la izquierda.
John inició la caminata seguido por el hombre de gris. Mien-
tras caminaba comenzó
a pensar en una enorme
cantidad de fotos apila-
das en ciclópeas estan-
terías, con rostros de
millones de personas que
la gente había olvidado;
o quizá se trataba de
grotescos libros, cual di-
rectorios telefónicos don-
de estarían los nombres
de los olvidados; pero
si el progreso había lle-
gado a este depósito bien
podía ser simplemente
un computador, con una
base de datos gigantesca
donde estuviesen alma-
cenados tanto el nombre,
como la imagen, y hasta
algún registro de voz de
los olvidados.
La idea de la base de
datos lo distrajo por
algunos segundos mien-
tras trataba de calcular,
mentalmente, un número
tentativo de personas
olvidadas y en función de
ello, el tamaño de la base
de datos requerida para
almacenar esa infor-
mación, la arquitectura
de la misma, y el tipo de
servidor informático que
se requeriría para que el
acceso a ella fuese sufi-
cientemente veloz.
Se imaginó, también, un
sistema redundante que
duplicase, o triplicase,
el guardado de la infor-
mación para no correr
riesgos de pérdidas por
desperfectos en los elementos usados para su almacenamiento.
Tan absorto estaba en sus cálculos que olvidó, por unos in-
stantes, al hombre que lo seguía detrás.
Cayó en cuenta cuando se percató que sólo sus pasos se oían
en el pasillo. Giró para mirar hacia atrás pero su ocasional
acompañante había desaparecido.
Estaba a punto de salir corriendo cuando la voz del hombre
lo llamó desde el fondo del pasillo hacia donde él se dirigía.
La sangre se le heló en sus venas. ¿En qué momento se le
adelantó que no lo vio?
Por un instante sus pies parecían clavados al suelo incapaces
de dar un sólo paso. Como pudo, y con las rodillas flojas por
el miedo, comenzó a caminar en dirección a la voz que lo
llamaba.
Al final del pasillo uno nuevo se extendía hacia izquierda y
derecha, formando una enorme “T”.
El hombre de gris lo volvió a llamar desde el pasillo de la
izquierda, cuando John giró su cabeza, ante él se extendía una
inconcebible cantidad de lo que parecían maniquíes vestidos
y cubiertos por un grueso polvo que denotaba largo tiempo de
almacenamiento; cada uno de ellos estaba sentado sobre sil-
lones individuales iguales de mugrientos.
El hombre lo esperaba sentado en un sillón que, evidente-
mente, acababa de limpiar ya que se veía pulcro y razonable-
mente nuevo.
John tenía las manos mojadas del sudor frio que produce el
miedo, pero no quería hacer el ridículo papel de un hombre
adulto corriendo asustado por algo que, simplemente, no
entendía.
-
Muy bien, ya vi el sector que quería – dijo mirando al
hombre sentado frente a él – y como le dije antes se me ha he-
cho muy tarde y una reunión con mi jefe me espera. No quiero
que se moleste en acompañarme, yo encontraré la salida. En
cualquier momento nos veremos nuevamente. Adiós.
Le sonrió amablemente a quien, a esta altura, estaba seguro
era el encargado del lugar y se dispuso a irse, pero sus pies no
se movieron.
Desde el sillón el hombre le habló:
-
Lamento que se haya olvidado de mí mientras cam-
inaba hacia aquí, hace unos momentos, ya que me ha obligado
a sentarme en este lugar. Le sugiero que deje de preocuparse
de su reunión, como le dije este es el depósito de las cosas
olvidadas, y desde el mismo momento en que usted cruzó esa
puerta todos lo olvidaron. Nadie lo espera en ninguna reunión.
Nadie lo recuerda, ni lo volverán a recordar jamás. El sillón
que está a mi lado es el suyo. Será una buena compañía para
charlar mientras no olvide cómo hablar. Por favor… siéntese.